Tras leer una interesante entrevista, Dona Sarkar -creadora de Hololens-, me chocó mucho la afirmación de que “en las empresas tecnológicas todos sabemos que en 15 años será ilegal que los humanos conduzcan. Y nadie lo echará de menos”.
La afirmación se fundamentaba en dos premisas:
- Que los coches del futuro serán autónomos -conducidos sin intervención humana.
- Estarán conectados -se comunicarán entre ellos.
Esto, unido a una central de gestión del tráfico, puede posibilitar que se alcance el objetivo de cero accidentes en carretera (Según CESVIMAP, el 90% de los fallecimientos en Europa se producen por errores humanos, fallos que previsiblemente desaparecerían si no existiese la conducción humana).
Automáticamente se me vino a la cabeza el eslogan de la prestigiosa campaña del publicista Toni Segarra para BMW. Un anuncio inspirador hasta para los no conductores.
¿Te prohibirán conducir?
¡15 años no es nada! La edad media del parque automovilístico español está aproximándose a los 13 años. Sin embargo, en lo referente a tecnología, 15 años es una eternidad.
Es muy probable (a menos que sigamos con el haraquiri de la guerra al motor de combustión) que en un futuro no muy lejano, tengamos vehículos (no solo coches) que serán capaces de moverse solos pero que, necesariamente, tendrán que convivir con la conducción humana, ya que los demás coches no van a desaparecer de un día para otro.
Sin embargo, ¿qué sentido tendría eliminar a la conducción humana de la ecuación si nos encontramos con peatones, ciclistas y animales en nuestro camino? Éstos son igual de impredecibles que los conductores y no podemos eliminarlos del camino. Y además, el algoritmo del coche autónomo tendrá importantes conflictos de interés ante posibles accidentes.
Porque siendo prácticos, no se puede controlar la naturaleza humana. Si nos gusta la sensación de control que produce el volante, no habrá máquina ni ley que nos lo vaya a impedir, aunque la diseñara el mismísimo Asimov, o formulara él dichas leyes.
Y como bien sabemos los latinos, las prohibiciones no nos gustan nada. Somos capaces de hacer cosas absurdas, sólo por contravenir una prohibición, sobre todo si no la entendemos. Incluso aquellas que son perjudiciales para la salud. Toda prohibición requiere de muchos años de comunicación para que sea aceptada.
Finalmente, y no menos importante, queda eso del placer que produce conducir y la sensación de libertad que genera. Pasarán generaciones hasta que dejemos de disfrutarlo. Y si conducir se acaba prohibiendo, conducir tendrá un significado y gancho más: el de la rebeldía.