Entiendo, -y puedo compartir en parte-, el constructivismo filosófico (la realidad es un constructo mental) y la implicación de que una creencia/relato de una mayoría genere ciertas verdades.
Sin embargo, en el método científico deberían ser los hechos, y no el número de personas que afirman/creen, los que hagan de un relato socialmente compartido, una teoría con base “científica/racional”. Y a pesar de todo, vemos cómo las redes sociales se convierten en los adalides de la verdad… si en 1600 existiese twitter, probablemente esto le habría pasado al bueno de Galileo.
Entre estos dos extremos hay un concepto fundamental: la falsación.
La muerte de la falsación en la era del relato
“Es este procedimiento crítico el que contiene tanto los elementos racionales como los empíricos de la ciencia. Contiene las elecciones, los rechazos y las decisiones que muestran que hemos aprendido de nuestros errores y, con ello, hemos aumentado nuestro conocimiento científico” – Popper.
Por ese motivo es tan importante la crítica y rodearse no sólo de los acólitos, sino de los que piensan diferente. Porque son ellos los que más afinarán una teoría. La pregunta es, ¿nos rodeamos de personas contrarias al relato que nos gusta, los estigmatizamos por pensar contrario a nosotros, o los valoramos por ello?
Se dice que estamos en la era del dato. Yo creo que aún con toda la información disponible, vivimos en la era del relato (realmente nunca ha habido otra era diferente). Queremos respuestas simples y si es posible socialmente compartidas y nos rodeamos de quiénes nos proporcionan eso. En verdad, es la era de la muerte de la disidencia.
Ir contra el constructivismo del relato, rodearse de opiniones diferentes, aún con datos, es complicado. Kahneman y Tversky (1981) hablaban del “efecto marco” y cómo el entorno tiene una influencia decisiva para hacernos ir a sistema 1 en lugar del 2.
Pero tranquilos, si llegásemos a un punto orweliano en el que la suma de 2+2 sea 5, nuestro cerebro es tan bueno que hará que nos engañemos a nosotros mismos creando las constancias necesarias para que maximicemos sin ningún problema nuestra función de utilidad social. Ya lo decía Tocqueville: “Es más fácil para el mundo aceptar una simple mentira que una verdad compleja”.